«Dicen que me han de quitar las veredas por donde ando,
las veredas quitarán, pero la querencia cuándo.
¡María, María. Mariquita mía!» Dominio Publico
Muchos de los pueblos norestenses se asentaron en las faldas de un cerro. El cerro les daba protección, alimento, y bajadas de agua.
Al cerro subían para varias cosas:
1. Cazar. Subían en grupos para conseguir su comida y vestido: venado, jabalí, guajolote, tlacuache, y hasta oso y león.
2. Recolectar plantas. Obtenían alimento de la lechuguilla y otras suculentas, de estas también sacaban aguardiente y mecate.
3. Aprovechar las bajantes de agua.
4. ¿Qué más hacían las tribus prehispánicas con los cerros?
Más adelante, los pueblos norestenses de la Nueva España, en su mayoría, buscaron las faldas de un cerro. Cambió un poco las razones de porque subir, a mi entender:
1. Buscando minerales. Todos nuestros cerros fueron perforados de 1577 a 1910, buscando oro y plata.
2. Para pastorear cabras. No hay pueblo norestense sin sus pastores de cabras, y estas son buenas trepadoras.
3. Para cosechar hierbas de olor y medicinales. En las laderas de los cerros se dan muchas plantas comestibles como la pitaya, el orégano, la lechuguilla.
4. Para perseguir a un león de montaña o un oso que atacó el rebaño de cabras.
5. Para obtener el palmito de donde se hacía el mecate, y la trenza para hacer mecedoras, canastos y sobreros.
6. Para perseguir a las tribus indias que nunca se cristianizaron.
7. ¿Qué más hacían los pobladores del norestenses de la Nueva España, en los cerros?
Ya sin las minas, con pocos ganaderos con el sistema de libre pastoreo, sin tribus bárbaras; solo como excursión o por caza deportiva es que se sube a un cerro norestense.
El querido Bustamante se encuentra en las faldas del Sierra de Gomas con su mítica Cabeza de León. Ahí nos fuimos un tío y 5 primos a tratar de rescatar una vereda con mucha historia. Una que está entre la Cabeza de León y el Cañón.
Ya habíamos caminado por la parte baja de la sierra, en noviembre. Todos nos quedamos maravillados en la forma de un cañón, con unos riscos color amarillo. «¿Podremos llegar ahí?» «Vamos organizando una excursión» «Puestos, con machetes, desde temprano, a ver hasta donde llegamos». Un antiguo pastor, hijo de otro pastor, nos comentó de sus andanzas y las de su padre por esta sierra. Lo contratamos de guía. “¿Hay león de montaña y oso?” “Sí hay”. “¿Dinosaurios? En aquellos riscos seguro habían dinosaurios”.
Se llegó el día. Llegamos a dormir a Bustamante desde el viernes, para poder arrancar la subida a las 7 am. Buenas botas, mucha agua, algo de alimento, machetes y podadoras, pantalón largo para las espinas, con buena condición, bien dormidos, gran disposición y con mucho ánimo.
Entre que recogimos al guía y nos estacionamos al pie de la vereda, nos dieron las 8 am. De ahí partimos por una veredita más o menos pintada, parejita, entre chaparrones y espinas. «Ya casi no, pero ésta la usan para bajar orégano. Me ha tocado rescatar a varios muchachos que pierden la vereda de bajada». Vamos pegados al río que hace la cañada y que solo trae agua en las lluvias. Hay un buen ánimo en el grupo, vamos a buen paso, macheteando, cortando, marcando. El tío sentencia: “Lo que encontremos es de todos”.
Se va haciendo más empinada la subida y la vereda nos va alejando de la cañada y empujando a la Cabeza de León. Esta muy interesante pero ese no es nuestro primer objetivo. Lo que todos queremos es llegar a los riscos que dividen un cañón, que tienen las crestas de color amarillo, y que conecta con lo que parece ser un valle. Nos vamos acercando pero la vista engaña, estamos más lejos de lo que parece. “¿Cuánto faltará para llegar?” “Llevamos ya hora y media subiendo”.
En algún punto nos equivocamos, tenemos que regresar un poco y retomar la vereda que va a un costado del río. Más adelante se pierde la huella, no vemos por donde seguir. Hay que improvisar una brecha para bajar al río. No parece tan buena idea caminar por un río seco, de subida es muy accidentado. Tomamos el río, la subida se hace pesada, lenta, pero la vista del objetivo nos motiva. Ponemos una hora tope: «Hasta donde llegamos a las 12». Necesitamos tener piernas, luz, agua para la vereda de regreso que no conocíamos ayer y que en algunas partes no estaba.
Conforme trepamos, parece que el final se va alejando. Hay un cañón entre nuestra loma que estamos subiendo y la Sierra de Gomas. Seguin el guía, esa separación conecta con los ojos de agua. “¿Y si la siguiente nos quedamos a dormir?” “Y como le hacemos con las víboras, el León y el Oso”. “Estamos en su territorio”. “Raro que no nos haya salido ningún animal”. “No los invoques”. “Hay que ir haciendo ruido”.
Nos dan las doce, vamos para atrás, satisfechos de haber llegado al primer objetivo, inquietos porque no vimos el posible valle que conecta con los ojos de agua. La bajada es pesada, las espinas nos reclaman nuestra intromisión, las piernas no responden igual después de 6, 7 y hasta 8 horas de caminata por veredas inciertas. Nosotros seguimos con buen ánimo, poniendole nombre a las veredas, comentando del logro de hoy, de nuestra siguiente intentona, de las historias del guía, que nos confesó que no nos creía capaz de aguantar lo que aguantamos. Su vereda conocida la habíamos dejado muy atrás. “Una vez bajó un Oso y mató a 20 chivas de una sentada. Nomás les da un manazó en la espalda y ahí las deja. Se come una o dos”. “Aquella que se ve ahí, es la piedra del padre. Hace muchos años, ahí se ponía un padre a comprar las piedras de oro y plata que le traían los pastores de adentro de la sierra”. “Por esta subían con burros para bajar el orégano y el palmito”. “Mi apá dejaba hasta 100 chivas abajito de la Cabeza del León”. “Con la hoja de lechuguilla mi abuelo hacía mecate. Primero rascaba la hoja con un raspador, luego las tiras las iba hilachando, se enojaba mucho cuando se le hacía bolas”.
Hay que organizar el segundo intento. Con lo que conocimos, llegaremos al punto final del primer recorrido hora y media antes.
Yo feliz de estar en un lugar histórico, siendo parte de nuestros antepasados que con chivas, palmito, orégano, lechuguilla, y ¿oro?, han pisado estas veredas.