Parque recreativo el Salto

El sur de Nuevo León es una zona que tenía sus propios aborígenes. La altura, el bosque, el agua, lo hacían diferente al resto del Nuevo Reino de León, desde antes de que este tomara ese nombre. Los primeros europeos llegaron por el poniente (Mazapil) y por el oriente (Tampico), fundando primero lo que hoy es Saltillo, Cerralvo y Monterrey. Para el sur tardaron un poco más, parte del esfuerzo del gobernador Martín de Zavala, y el espíritu misionero y aventurero, incluso antes que San Luis Potosí. En su primera administración, el general Mariano Escobedo aprovechó para dar el nombre de su compañero de armas ya fallecido.

En el año de 1628, fray Juan Caballero, vino al lugar y dejó una misión encomendada a fray José de San Gabriel (fuente del personaje de mi segundo libro Guerra en Tierra Viva), a la cual le pusieron por nombre «Misión de San José de Río Blanco», debido a que en ese lugar nace el río de ese nombre. Se encuentra en la Sierra Madre Oriental, muy cerca de donde esta cadena montañosa deja el estado de Nuevo León, para continuar por Tamaulipas. 
En el año de 1675 el mineral de Dulces Nombres fue descubierto por un indio llamado Vicente. Fue explotado y de ella se extraía plomo, zinc y plata.
A partir de 1696 se establecieron las alcaldías mayores siendo una la de Río Blanco.
El decreto expedido por el Congreso del Estado el 16 de septiembre de 1866, la erige a la categoría de Villa, dándole nombre de «Villa de General Zaragoza».

Las montañas, el agua encañonada, y el bosque lo sigue manteniendo diferente al resto del estado y hasta desconectado.

Gracias al esfuerzo vitalicio de un gran zaragozano, el doctor Bonifacio Aguilar Grimaldo (su vida bien merece un libro), es que podemos contar con el Parque recreativo el Salto, de casi 500 hectáreas de extensión. Que incluyen los ojos de agua del río Blanco, entre un gran cañón,  y sus dos emblemáticas cascadas. Ahora está en nosotros conservarlo, disfrutarlo, aquilatarlo. El parque cuenta con 16 cabañas para 2, 4 y 6 personas.

De Monterrey se hacen unas 5 horas, apenas las suficientes para alejarte, desconectarte del trajín en que se ha vuelto esa ciudad. Con paradas obligadas en Linares, Iturbide, Pablillos y Aramberri. Hay que consumir sus comidas, sus productos agrícolas: naranjas, camote, elotes, frijol, chile, papa.

En la mañana el sol tarda en salir, mientras, el aire fresco, el cantar de los pájaros, y el vuelo de las mariposas monarca te acompañan un buen rato. Las cabañas del parque tienen lo necesario para descansar, cada una tiene su asador, pero el día te espera para que te reconcilies contigo, contemplando las cascadas. ¿Cuánto tiempo necesitas?

La caminata hacia los ojos de agua es espectacular. La trucha está fresca para empapelarla y meterla al asador de tu cabaña, o en alguno de los de alrededor de las cascadas.

Leer, platicar, convivir, volver a caminar, quedarte quieto contemplando la majestuosidad del agua. También, es oportuno andar en bicicleta, moto, pescar, o hasta echarte un chapuzón en el estanque. Más tarde sale la necesidad de ir a comprar leña, cheve, sal o ir a comer a una de sus fonditas. Es la oprtunidad de recorrer el pueblo y platicar con su amable gente. ¿Cómo viven?, ¿qué tal viven?

Un grupo de amigos, la familia chiquita, parejas, reunión de trabajo, con la familia extendida, o la visita de un extranjero, es el momento perfecto para venir a disfrutar de la naturaleza. Venir al Salto, es mejorar tu vida.

Gracias al grupo de excursión del Regio por hacer posible, esta mi quinta e inolvidable visita (las fotos son de ellos). Gracias, hasta el cielo, al doctor Aguilar y a su familia. Gracias a los zaragozanos por mantener este paraíso. ¿Tú, cuándo vienes?

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