Los milagros existen. Lo que pasa es que nos agarran distraídos o los queremos ver con un cambio que se da de golpe. Yo acabo de presenciar uno, un milagro que ha tardado 75 años en clarificarse, me he dado cuenta de ello algunos días después de que sucedió.
En estos tiempos donde reina el egoísmo, donde los importantes son los que tienen dinero y poder, donde atendemos a lo que nos sirve; me he encontrado con un caso milagroso. Tengo un prójimo, mejor dicho, una prójima que cuenta con la admiración, cariño, respeto, amor y dedicación de todos sus seres queridos, y sólo por el hecho de que ella les ha dado lo mismo.
Ella, sin pedirlo, en un solo día, recibió muestras desinteresadas de admiración, cariño, respeto, amor y dedicación. Se los prometo que fueron muestras desinteresadas, yo lo vi, yo presencié el milagro. Hace exactamente 75 años que empezó a sembrar esa admiración, cariño, respeto, amor y dedicación a lo largo de su caminar por este mundo.
Sí, mi Madre cumplió 75 años el sábado pasado. Le hicimos un festejo, y fue ahí donde presencié el milagro. Toda la familia participó con mucho entusiasmo. El lugar, la cena, los invitados, el servicio, el baile de los nietos. Ella no es de mucho festejo, mi hija me preguntó:
“¿Por qué estamos organizando una fiesta de 75 años a Olga?”
“No le gusta festejarse, pero a tu abuelita la debemos de festejar todos los días”.
“A sí”.
No crean que era mucha gente, no se necesita mucha gente para que se hagan los miagros. Estuvimos; su esposo, con quien cumplía 62 años de haberlo conocido ese mismo día; sus seis hijos, sus seis nueras y yernos; sus treintaycuatro nietos, desde los 24 hasta los 2 años de edad; sus hermanos, cuñados; y su grupo de amigas de toda la vida, con sus esposos. Si no me creen, pregúntele a alguno de ellos. Todos reunidos para mostrarle admiración, cariño, respeto, amor y dedicación a quien ha sabido dar eso, durante sus primeros 75 años de caminar por esta vida.
En un momento de la fiesta, ella estaba conviviendo con sus hermanos, solo ellos, formando un círculo, estaban ahí, parados, platicando. Se veían tan a gusto, como niños preparándose para hacer alguna travesura. Yo los vi de lejos, con la música y el ruido nadie más podía saber de qué estaban hablando tan entretenidamente. No supe si pedirle a alguien que les tomara una foto para quedarnos con ese momento, o dejarlos disfrutarse ellos juntos. Ahora que lo pienso, lo veo más claro. Ellos son lo que son porque mis abuelos fueron lo que fueron, de ahí seguimos nosotros heredando ese amor familiar, y de nosotros, nuestros hijos. Así es como se ha ido forjando el milagro.
Gracias Mamá, que Diosito nos siga bendiciendo con tu presencia muchos años más.