Miles de católicos de todo el país pedían la reapertura de templos, cerrados en 1926 por la Ley Calles, que originó la Guerra Cristera. La foto, de Orizaba, Veracruz. Foto: Archivo/Excélsior
Si bien, La Cristiada fue el enfrentamiento entre el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928) con los cristeros, los acuerdos de paz firmados el 21 de junio de 1929 se realizaron entre la jerarquía católica y el gobierno de Emilio Portes Gil, presidente interino tras el asesinato de Álvaro Obregón y sucesor de Calles.
El conflicto religioso —desarrollado principalmente en Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Zacatecas, San Luis Potosí y Colima— llegó a su fin con la firma de Leopoldo Ruiz y Flores, arzobispo de Morelia, y Pascual Díaz Barreto, obispo de Tabasco, con la anuencia del papa Pío XI.
Fuentes conservadoras ubican hasta en 250 mil los muertos por este conflicto armado, el cual inició con la promulgación de la llamada Ley Calles, una modificación al Código Penal en 1926 que restringía la realización del culto católico y reducía las libertades religiosas de fieles, presbíteros y religiosas. Se cuentan muchas historias de religiosos que tuvieron que huir del país o ser escondidos por años con el apoyo de feligreses católicos.
En ese año, los titulares de los diarios eran: “Ayer quedó definitivamente decretada la suspensión de cultos”; “Manifestación de cien mil católicos”, formas en que la Iglesia respondía a las nuevas normativas sobre religión durante el Maximato, período donde Plutarco Elias Calles fue considerado el Jefe Maximo de la Revolución. Mismo que termino al llegar Lazaro Cardenas a la presidencia de la republica.
Luis de la Torre, colaborador de Excélsior, y el sacerdote jesuita Xavier Cacho, entrevistados por este diario, afirmaron: «La Cristiada reflejó al “México profundo, campesino y católico” y debe dejar de ser estigmatizada para ser comprendida por las nuevas generaciones. La Cristiada es una guerra única. Por ahí el escritor Jean Meyer decía que es algo digno de La Iliada. No es una guerrilla cualquiera, como se nos hace pensar con mucho desprecio y con mucha ironía de que eran una bola de bandidos. Yo puedo comprobar, con más de cien entrevistas a cristeros, que fueron realmente hombres de batalla. ¡Y es tan noble su lucha, es tan noble su batalla que obedecen a la entrega de las armas! ¿Qué conflicto o qué gente con ambición de poder, de ganar, de guerra, acepta entregar en esa forma, como lo hicieron los cristeros, sus armas por obediencia?», dice De la Torre, autor del libro 1926, Ecos de la Cristiada.
Los entrevistados comentaron que el movimiento guerrillero confesional fue borrado por décadas de los libros de historia nacionales y debe entenderse como un soporte del México actual, y como reflejo del autoritarismo del régimen posrevolucionario.
“Los gobiernos de la Revolución de la década de los 20, como que se contaminan de esas ideologías de intolerancia del llamado Estado absoluto, que no tolera que nadie pueda proponer ni hacer nada que no sea de un total control del Estado”, agregó el jesuita.
Para De la Torre, el fin de la Guerra Cristera, al menos en el papel, fue un acuerdo entre la cúpula de la masonería y la alta jerarquía católica, que dejó indefensos a miles de campesinos cristeros, que tras deponer las armas fueron masacrados.
“Calles es absolutamente masón; ha pedido que se arregle eso a como dé lugar. Portes Gil es un gran masón, que son los que manejan la relación con los obispos católicos. ¿Cuánto de contubernio hay ahí? No me atrevo a decirlo. Pero de que está entregando algo valiosísimo, lo está haciendo y resulta tan evidente, que el cristero de las armas obedece, entrega sus armas por una amnistía, amnistía que el gobierno traiciona, porque enseguida se dedica a matar a todos los cabecillas”, refirió De la Torre.
Luego de la firma de los acuerdos, el mismo arzobispo Pascual Díaz Barreto guardó silencio sobre el asesinato de líderes cristeros a manos de los soldados de los regímenes del Maximato. Junto con ellos murió asesinado Felipe Canales Salinas, hermano mayor de mi abuelo paterno Gregorio, quien fuera el Secretario de Gobierno de Emilio Portes Gil y encargado de las negociaciones de paz con los Cristeros.
“Entonces siguieron persiguiendo ya a los cristeros desarmados, y a matarlos. Entonces se volvieron a levantar en armas, ya no en una forma tan grande como lo habían hecho en 1926, hasta que en la época del general Lázaro Cárdenas sí se llevó a cabo una amnistía real. Entonces sí ya se acabó totalmente lo que se conoce como la segunda Cristiada”, explicó el sacerdote Xavier Cacho.
Fotografías de esos tiempos dejan ver a cientos de cristeros muertos, cuyos cuerpos eran colgados en los postes de telégrafos y que habían sido victimados por el Ejército mexicano, que a su vez acusaba a los sublevados de incendiar trenes matando a civiles y de cometer atentados.
Sin duda, el sacerdote Miguel Agustín Pro es uno de los símbolos más representativos de La Cristiada. Fusilado en 1927, sin juicio por decisión del presidente Calles, constituye hoy el símbolo de derechos humanos en México.
Con la incorporación a la Constitución a finales del sexenio pasado, de la garantía de que en México existe libertad religiosa, se puso fin también a un diferendo entre la Iglesia católica y el Estado mexicano que comenzó con las Leyes de Reforma y que tuvo su momento más sangriento a finales de la década de 1920.
En marzo de 2012, finalmente, senadores y diputados reformaron los artículos 24 y 40 de la Carta Magna estableciendo el derecho de todos los mexicanos “a la libertad de conciencia y de religión (…) Esta libertad incluye el derecho de practicar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o una falta penados por la ley”.
Por otro lado, el artículo 40 reformado de la Carta Magna reafirmó el carácter laico de los Estados Unidos Mexicanos.
¿Cuánta sangre derramada?, ¿Cuántas vidas perdidas? Lo menos es que no se nos olvide, que lo estudiemos, que lo entendamos mejor.