«La Tierra del Piporro y la Tía Melchora»
Fuimos de visita al municipio de los Herreras Nuevo León, hace tiempo pujante región ganadera, ahora mantenido a punta de esfuerzo por los que no quieren dejar sus raíces a pesar de las adversidades. A través de su historia, cuando se formó la hacienda de don Juan de Zavala, cuando eran varios ranchos como el de la Mantequera, cuando se erigió en villa y se decidieron por el apellido de dos valientes hermanos de la época de la independencia, cuando llegó el tren, y hasta la actualidad; han pasado por muchas dificultades y las han sabido superar, pero lo de la inseguridad actual, están muy cerca de derrotarnos.
Digo derrotarnos aunque yo no soy herrerense, pero esta batalla la estamos perdiendo todos los norestenses. ¿Dónde está Carvajal, Zavala, Cuajuco, Mier, Vidaurri, Zuazua, Naranjo, Zaragoza, Escobedo, Treviño, Garza Ayala, y don Eugenio?
Un pueblo con muy poca gente, la que hay es muy amable. Acostumbrados al saludo de mano, a la plática abierta y directa, a no rajarse. Para llegar, nos salimos de la carretera de cuota de Monterrey-Reynosa pasando los Ahijados. A la derecha esta China, a la izquierda Los Herrera, en los alrededores se ven extensiones de ranchos de matorral con algunas represas. Antes ganaderos ahora no sé. Parecen buenos pa´l venado según mi compañero Carlos. Para lo que si son buenos son para las liebre, los aguiluchos que vemos sobrevolando nos dan la razón.
No es difícil dar con la plaza principal, muy limpia, de tardes soleadas. Ese calor que espanta a los fuereños y a los de aquí nos hace los mandados. Destacan el monumento al hijo prodigo, don Eulalio Gonzales y el dedicado a los hermanos insurgentes. Por el primero me quito el sombrero (¡Estoy en la tierra del Piporro!), por los segundos también.
La Casa de la Cultura, a un lado de la plaza, muy escueta pero agradecemos el esfuerzo a los que la hacen posible. ¿Qué es un pueblo sin cultura? Dos señoras muy amables, con las que me disculpo por no recordar sus nombres. Sin tiempo de añorar pasados mejores, por tener que poner su granito de arena para mantener un presente incierto. Sobresale el cuadro de doña Melchora, mujer que trasciende su época por su sencilla y directa forma de vivir: «No compraba boleto del tren, como quiera va para allá».
Casas abandonadas, intercaladas entre las habitadas, estanquillos, depósitos (no podían faltar). No encontramos restaurante, panadería, ni dulcería.
Llegamos a la antigua tienda Fortuna y Constancia Unidas, con esto “valió el boleto”. Ya estaban por cerrar, al llegar nosotros cambió la pichada. Tengo que volver a ir ya que se nos hacía tarde para regresarnos “a buena hora” por la inseguridad, por lo que no aprovechamos su amabilidad, sus buenos deseos, su historia. Entiendo que la tienda es de la familia Tijerina, que data de 1915, que ahora la atienden dos hermanas que ahí mismo viven. Uno de los hermanos fue alcalde del pueblo y vive en la misma cuadra. Él nos platicó del alcalde que le sucedió y que resulto muy malo, yo le entendí que dijo “Se cayó del cuaco”, Carlos mi compañero entendió que dijo “Se le cayó el cuajo”. El caso es que llegando al poder, primero perdió la dignidad y después fue perdiendo todo lo demás. Entre los tres hermanos nos dieron un recorrido por la propiedad, como si fuéramos familia, y una pequeña semblanza de lo que fue.
Antes de irnos pasamos a la antigua estación del tren. Cuanta ilusión pasó por estas vías. Nos regresamos como dice la canción de los Cadetes: con un cielo en partes azules y en partes nublados, con algunas mangas de lluvia que se veían espectaculares entre los cañones de una de las sierras lejanas, la de Papagayos.
¿Qué estamos haciendo?, ¿hacia dónde vamos?, ¿Qué no evolucionar es mejorar?
Prometo volver pronto.