El Ing. Victor Morales Ortiz, norestense de corazón. Gusta de visitar nuestros pueblos con su guitarra a cuestas. Aquí nos cuenta de una tarde típica de un pueblo de estos lares.
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Las Mecedoras
El sol se acerca con lentitud hacia las 18 horas. Es sábado y sobre las
banquetas recién regadas empiezan a aparecer las mecedoras de
madera azules, las amarillas y de otros colores.
La hora de la siesta le ha cedido espacio a la del rutinario chisme y la
charla amena, la merienda con pan de horno, gorditas de azúcar y la
pecsi de naranja. Las señoras y las respetables ancianas del pueblo,
acomodan las mecedoras en su lugar de siempre y ya sentadas inician
un interminable y cadencioso crujir, que deja huellas de historia sobre
el concreto.
Los varones de setenta pa’rriba, cronistas “honoris causa” del pueblo y
otros un poco más jóvenes, acuden a la placita a la misma hora y a la
misma banca, a reunirse con los mismos grupos de amigos. Todos
llegan bajo un rústico sombrero blanco de palma y los más avezados
portan una cachucha patrocinada por Mr. John Deere. Este día como
todos los que pasaron y los que vendrán, alrededor de las bancas
abundarán las historias de pueblo y de brechas, de fantasmas, de la
vaca que parió, de la revolución, de la gente que se fue, y desde la
tienda “La Esperanza” se escucha un radio y las tristes coplas de un
“Ingrato Amor” que en las voces de Los Alegres de Terán se hacen aún
más tristes.
Por la empedrada calle, Don Evaristo empuja su carrito de paletas y el
inconfundible repiqueteo de la campanita anuncia la aproximación de
la golosina. Niños y niñas ya le están jalando el delantal a su “amá” o a
su “mamá grande”, con la esperanza de que del monedero sustraigan
una o dos monedas para asaltar a Don Eva antes de que se le derritan
más las paletas.
Por las calles empiezan a circular los chavos en sus pick up’s y como si
fuera ritual, van de un extremo a otro del pueblo por la calle principal,
siempre con el estéreo a todo volúmen, y pasan altivos por el lado de
la plaza en donde las muchachas ya están cuchicheando y mirando de
reojo a los mancebos y más a los que vienen de la ciudad a pasar el fin
de semana.
La bulliciosa plaza está siendo tomada por la juventud mientras los
viejos preparan la posdata. Las mecedoras han cumplido su misión de
ser fieles confidentes de las señoras y vuelven al fresco interior, a
resguardarse entre las gruesas paredes de adobe, los techos altos con
sus vigas de madera y el piso de cemento pulido con olor a petróleo.
Se está acercando la hora del huevito guisado con harta salsa y frijoles
en bola. El café de olla suelta su aromático bienestar y las tortillas de
harina amenizarán la sagrada reunión familiar.
Una hora después, los abanicos de pedestal traídos del otro lado,
inician su adormecedor zumbido y el ininterrumpido canto de los grillos
es la señal para descansar del ajetreo del día. Mañana es domingo y
hay que levantarse temprano pa’ ir a misa.