Hay algo en nuestra cultura que el día de muertos lo hace especial.
Algunas tribus seminómadas que dominaron el actual noreste mexicano por más de 5,000 años, celebraban la muerte comiendo un poco de su carne. Siempre con el temor de cumplir la tarea de preservar la especie.
Para los primeros pobladores europeos, la muerte de un familiar o compañero, sembraba la duda: ¿qué estamos haciendo aquí?
Cada fundación de villa, estancia, encomienda, congregación o misión, tenía reservado un lugar para su camposanto. Dónde depositar los restos de los que nos precedieron, los que nos enseñaron todo lo que ellos aprendieron en vida.
El primer cementerio privado en la ciudad de Monterrey, se inauguró en 1901. En una anterior huerta, a las, en aquel entonces, afueras del pueblo. Por el lado de donde se mete el sol.
A seguir celebrando la vida, que la tenemos gracias a los que ya no están presentes en cuerpo. Los que pasaron por aquí dejando su huella para que la siguiéramos.
*Fotos tomadas por Martha Salazar, en uno de nuestros «Recorriendo Monterrey».